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Un ritual en la taberna


EXTRACTO DE LA LIBRETA: Cementerio



Una espesa niebla deambulaba alzándose un par de palmos sobre el suelo del cementerio.

Estaba construido en la cima de un promontorio a las afueras de la localidad donde él vivía.

Con las manos en los bolsillos, Tylerskar sentía el castañear de su dentadura mientras el vaho que emergía de su boca le indicaba que la temperatura de ese otoño había iniciado un descenso en picado. Precisamente esa noche.


Como si de una macabra casualidad se tratase, el frío se había aliado con el primer aniversario de esa misteriosa fecha que tanta pena le reportaba. Aunque no sabía por qué.

La causa de ese dolor le resultaba esquiva, pues al parecer algún tipo de amnesia había hecho mella en él, deshilachando sus recuerdos y perdiéndolos en el oscuro pozo de la ausencia.


– Joder, ¡Vaya sitio! – La voz de resolución fue acompañada por un sonido de chasquido de ramas secas. Cuando Tylerskar se giró, vio a su compañero maldiciendo en voz alta mientras pateaba la leña que se arremolinaba a cada paso que trataba de dar en dirección a él.

– Deja de quejarte. – Una segunda voz, más aguda, se podría decir que afilada, cortó la gélida brisa de la noche al dirigirse a Resolución. Tylerskar sonrió. La presencia de Rectitud le reconfortaba.

Quizá no lograse recordar nada, pero de algún modo sus compañeros de viaje no le resultaban extraños, y parecía que le iban a acompañar en la tesitura en la que se encontraba.

– ¿Dónde diablos se ha metido Experiencia? – Bufó Resolución, al tiempo que palmeaba el hombro derecho de Tylerskar al llegar a su altura, desde la cual se hubiese podido contemplar una vista panorámica del poblado cercano al cementerio, de no ser por la niebla que esa noche parecía inundarlo todo.


A lo lejos, tenue y difuminada, una luz parecía iluminar las oscuras calles de la población vecina.

Sin embargo Tylerskar no sentía la necesidad de buscar cobijo para resguardarse de las inclemencias de esa noche en la que una inmensa luna llena presidía un tétrico espectáculo de negros nubarrones cruzando los cielos.

Se sentía triste, y el cementerio le despertaba la sensación de que se encontraba allí para despedirse… Aunque él más bien estuviese esperando algo. Buscando a alguien.




Cuando Joel cerró su libreta, quedó sorprendido de cómo el ambiente había cambiado desde que tiempo atrás se había lanzado a una concentrada escritura.

En una esquina de la barra de madera, el camarero acababa de colgar una especie de guirnalda festiva en la cual docenas de calabazas, de pérfida sonrisa y mirada encendida, ondeaban mientras el último de los extremos era atado.

Joel necesitó algo de tiempo para emitir un suspiro y dejar atrapada en su libreta aquello que tanto le inquietaba.

Había perdido la memoria.

Al menos, todo lo referente a entorno familiar y social.

Sabía que estaba en la taberna, que a juzgar por el ambiente festivo y la decoración se iba a celebrar Halloween… Y poco más.


Se levantó del taburete y ayudó a bajar al camarero de encima de la barra cuando éste hubo acabado su tarea.

Entonces se giró para ver como el considerable gentío se repartía por la docena de mesas del local. Considerable para lo que estaba acostumbrado.

Unas diez personas, de lo más variopinto, se daban cita allí en ese momento.

Perdidos en diferentes conversaciones y lanzados a las carcajadas y el buen humor, el ambiente que se estaba gestando resultaba agradable.

Sin embargo, algo ensombrecía el interior de Joel.

Había tratado de captarlo en su libreta en el escenario del cementerio, y meditó dando una vuelta de tuerca más a la sensación que le embargaba de encontrarse a la espera de algo.


Fue entonces cuando esa chica entró en la taberna.









Había pasado poco tiempo desde aquel suceso innombrable y, por supuesto, salir a la calle para mí suponía ser valiente y enfrentarme a mis propios sentimientos. Y no, no lo era. No en ese momento. La única opción era escapar de mis propias emociones hacia algún lugar remoto, pero ¿cómo hacerlo si salir de mi refugio era una odisea?

Aun así, lo hice.

Me alejé de la zona de Reina Mercedes para adentrarme en la avenida de La Palmera. No sé en qué momento la niebla apareció tan baja, pero acabó consumiéndome de tal forma que solo era capaz de percibir mis propios pasos. ¿Podía ser más macabra mi situación en Halloween? Por suerte para mí, no.

Seguí avanzando a pesar de la poca visibilidad de mi entorno hasta que, a lo lejos, vi una luz que poco a poco se hizo más intensa. Me acerqué con rapidez segura de que sería un buen refugio donde permanecer hasta que la niebla se disipara. Cuando estuve cerca identifiqué al instante el lugar. Abrí la puerta y entré.

No esperaba encontrarme el local tan lleno. Al menos en mi mente solía estar más tranquilo, con unas cuantas personas charlando de forma animada, pero sin provocar demasiado alboroto. En ese momento, no obstante, ver a tanta gente a mi alrededor no era lo que buscaba. ¿No se suponía que era mi lugar de paz y que yo decidía de quién rodearme? Respiré hondo y me dirigí a la barra para pedir un café caliente. En el trayecto había pasado frío, aunque me atrevería a asegurar que había sido más la sensación de incertidumbre provocada por la niebla que otra cosa. Me senté en un taburete y observé a todos los que reían y conversaban a mi alrededor. ¡Me sentía tan sola! Era curioso por la cantidad de veces que había acudido a aquella taberna para evadirme del mundo real, de mis problemas. Sin embargo, en las circunstancias en las que me encontraba necesitaba algún tipo de compañía. Una que me relajara con su sola presencia.

—Un café como siempre, por favor. —En cuanto supe que el hombre había anotado mi pedido, apoyé la cabeza sobre mis manos y volví a suspirar.

No estaba pasando por mi mejor momento.

—Aquí tienes, Olivia. —Aquel trato tan cercano me hizo pensar que, efectivamente, me encontraba donde pensaba.

Nunca supe su nombre, pero tampoco se lo pregunté.

Con las dos manos rodeé la taza y las calenté. Observé durante un buen rato el líquido marrón hasta que eché el azúcar y con la mano derecha moví la cuchara para mezclar todo. Cuando terminé, volví a quedarme absorta mirando el líquido y pensando en mis cosas. En las despedidas amargas, las verdades que me había negado a aceptar y en mis sentimientos cada vez más intensos. Sacudí la cabeza para alejar cualquier posible recuerdo y bebí varios sorbos de aquel delicioso café. Bajé la taza y la posé sobre la mesa. Relajé los hombros y perdí mi mirada entre el mar de gente que me rodeaba. Solo eran 10 personas, según había contado, pero me seguían pareciendo demasiadas.

Entonces mis ojos se encontraron con los de un chico que me observaba con detenimiento. Entrecerré los ojos y, con la taza de café en la mano, me levanté del taburete para acercarme.

— ¿Te conozco? Porque nunca te había visto por aquí.













La chica no solo le echaba desparpajo. También encanto.

Se llamaba Olivia.


No había transcurrido mucho tiempo desde que se habían instalado cara a cara en una mesa esquinera de la taberna. Sin embargo el contraste que dibujaba el cruzarse de sus miradas con la grácil danza que estaba resultando su conversación parecía indicar lo contrario.


Joel tragaba saliva en esos momentos en los que, pese a que las palabras nacían fácilmente, los ojos de Olivia le sostenían la mirada como pocas veces había acontecido con nadie.

Era como mantener una segunda conversación en un lugar a medio camino entre la ya de por sí indefinida ubicación de la taberna y la notable capa de profundidad que suponía el contenido de su libreta.

Ahí, justo en ese lugar a medio camino, donde la mentira es imposible aunque la verdad aún se guarda con celo, era donde Joel parecía leer en el atractivo marrón de las pupilas de Olivia que ésta era víctima de unas serpenteantes dudas que se estaban agarrando dolorosamente a su corazón.


Tanto la tapa de la tetera de Joel como la taza de café de Olivia se vieron sacudidas virulentamente cuando uno de los clientes de la taberna en esa festiva noche de Halloween se precipitó sobre la mesa donde se encontraban, al parecer tras un bromista forcejeo con un compañero.


– ¡Chicngos! Tlomaos algo sahora mishmo, ¡Algo ffuerte! – La borrachera del sujeto comenzaba a ser de espanto. Joel lo enderezó mientras una sonrisa que trataba de ser perenne trataba de disimular el que su mirada no supiese si posarse en la puerta de entrada o el rostro de Olivia, revoloteando también por el comedor donde la fiesta parecía venirse arriba y la barra tras la cual el camarero parecía tranquilo e incluso satisfecho.

Estaba inquieto.


– ¿Quieres que vayamos a tomar el aire? – Olivia le había leído la mente. Sus palabras le llegaron como el soplo de aire fresco que, tras asentir y levantarse de la mesa, acarició con una gélida brisa sus rostros cuando hubieron salido a la oscura callejuela.

De repente no hablaban.

Pero no había tensión alguna entre ellos.

Cada uno apoyado en sendas posiciones en la entrada del local, contemplaban el movimiento de pies del otro, espasmódico por parte de Joel y más relajado en Olivia, mientras lanzaban miradas furtivas a una oscuridad creciente en la que la niebla no parecía disiparse.

Sin querer advertirla para no asustarla, Joel sintió como su espalda se erguía tensándose al contemplar como un par de luces amarillas le miraban fijamente, en algún punto cercano entre la espesa niebla.

Si algo recordaba, si de algo estaba seguro, es de que el reinado del monstruo, justo un año atrás, alcanzaba una despiadada mayoría absoluta que le legitimizaba para llevar a cabo la tarea con la que más disfrutaba esa identidad: La autodestrucción que se lo lleva todo por delante.


Por eso la visión de esa encendida mirada clavada en él le lanzó a una serie de pensamientos que súbitamente tuvo la imperiosa necesidad de trasladar al papel de su libreta.

Ni se enteró de la tentativa de Olivia por saber qué ocurría, ni se fijó como emitía un sonido de agradable sorpresa al emerger los dos puntos de la niebla resultando ser los ojos de un esbelto gato negro en busca de compañía.

Tan solo se disculpó y entró a la taberna donde en la barra pidió su libreta al camarero.



EXTRACTO DE LA LIBRETA: Fosa común


– Parece mentira que esté ahí enterrado. – La pequeña Ilusión daba golpecitos con sus manos en ambos costados de su cintura, sobre los volantes del vestido.

« Y que se quede ahí… » Pensó Tylerskar, mientras una nube de humo cubría su rostro, iluminado por la luz del mechero al encenderse un cigarrillo.


– ¡Muy apropiado para el Monstruo, sí señor! – La frase fue acompañada de una carcajada final por parte de Experiencia, que parecía haber llegado bien satisfecho al cementerio. Prosiguió. – Una excelentísima fosa común para su excelentísimo desgraciado. ¡Qué tal si vamos a la taberna, esta noche tengo un barril entero de mi brebaje para todos vosotros! – Experiencia solía acabar riendo sus frases. Le quitaba hierro a los asuntos por norma general. Tanto daba si se encontraban contemplando lo que quedaba de una entidad otrora casi infernal.


Resolución y Rectitud habían salido a investigar los alrededores.

Nunca habían sido demasiado amigos del Monstruo.

Tylerskar, contemplando la fosa que representaba una extinción, sentía una agridulce sensación.

– ¿Por qué no vuelves con ella? – La frase resultaba de por sí sorpresiva, aunque viniendo de Esperanza, que ladeaba su sombrero para fruncir el ceño a Tylerskar mientras le proponía aquello, era toda una pista ante qué hacer de inmediato.









En parte, había conseguido olvidarme de aquello que causaba un gran dolor en mí. Sin embargo, la compañía del chico me estaba distrayendo lo suficiente como para olvidar, de forma parcial, todo lo que había sucedido en las últimas semanas. Seguía suponiendo que con solo estar allí debía olvidarme de todo, pero mi mente siempre iba por libre.

Tras echar un último vistazo a la niebla y ver que Joel no pensaba volver al exterior, entré de nuevo. Me dirigí a la mesa que anteriormente habíamos compartido y me senté a la espera de que me acompañara. Lo acababa de conocer y tampoco quería agobiarle con mi presencia.

Quizá por eso había vuelto a entrar.


No tardó mucho en volverme a acompañar.

— ¿Necesitas que te ayude en algo?

Él me respondió con una negativa y yo no insistí. Al menos, no de momento. Apoyé los codos sobre la mesa y la barbilla sobre las manos. De nuevo los recuerdos y los pensamientos parecían querer aparecer sin permiso. Pero no dejé que avanzaran más allá de la puerta que separaba los recuerdos felices de los que no valía la pena recordar. No cuando el tiempo transcurrido desde lo sucedido era mínimo.

Tal vez quien necesitase ayuda fuera yo.


—Discúlpame, necesito ir al baño.

Me levanté y, sin mirar atrás, ni a mi alrededor, fui directa al área de los servicios. Entré en el de mujeres y me situé frente a uno de los espejos. Abrí el grifo y dejé que corriera un poco el agua antes de mojarme la cara con insistencia. Notaba mis mejillas ardiendo, el esfuerzo que estaba haciendo era considerable, pero los recuerdos parecían ser más poderosos de lo que pensaba.

«¡Maldito Víctor!».

Tenía ganas de gritar, de acabar con todo de una vez. ¿Había algo que realmente me lo impidiera? Tomé aire varias veces y cuando volví a estar preparada salí para reencontrarme con Joel.

—Hay cosas que no se pueden controlar por mucho que así se desee, ¿no es cierto? —Él ladeó la cabeza tras oír mi comentario—. Menos mal que nunca me ha gustado beber alcohol, sino ahora mismo necesitaría un trago.

Sí, menos mal que no solía beber alcohol, porque podría haber recurrido a la bebida y haber terminado peor de lo que estaba. El dolor es algo que se lleva bien cuando te acostumbras, pero ¿emborracharte? Al final terminas esclavizado y era lo último que quería.


Por algún motivo noté que su cuerpo se tensaba. Entrecerré los ojos y observé a mi acompañante con curiosidad.

—Por cierto, tengo una curiosidad. ¿Qué es lo que escribes en esa libreta? ¿Es una especie de diario?

Sonreí para restarle importancia al asunto.

—Si no quieres, no tienes por qué responder, ¿eh?

Pero algo en sus ojos me indicaba que, como yo, tenía algo que quería sacar de dentro.














EXTRACTO DE LA LIBRETA: Romanticismo



No recordar a nadie con quien haya tenido una relación estrecha es algo que, pienso, enlaza con la primeriza sensación de haber dejado atrás que en ocasiones nos acompaña en nuestros primeros compases de vida.


Al menos en el aspecto más romántico del concepto.



No me resulta extraña la tesitura de verme, ya no fantaseando acerca de las infinitas vidas alternativas que uno puede albergar en el variable tejido espacio temporal que nos contiene, sino disfrutando y sufriendo simultáneamente el gozo y el vacío que reporta la sensación de que quizá, en algún punto de nuestra existencia, hemos dibujado una sonrisa en nuestro corazón al dar con la energía adecuada.


No me refiero a persona, alma o ser puesto que en dicho tejido son tantos los misterios que resultaría pretencioso extrapolar la identidad tal cual la concebimos en nuestra vida mortal a un ámbito tan colosal y, al mismo tiempo, precioso en el concepto de su sencillez.


La energía que desprendemos puede encontrar en otra fuente el recipiente recíproco en el que danzar durante una maravillosa porción del tiempo pasajero con el que se pueda contar.

Las probabilidades de que esas dos fuentes de vida se encuentren en la inmensidad resulta tan nimia que la esperanza de una lotería resultaría excelsa en comparación.

No obstante ahí radica lo bonito.

Ahí brilla lo especial.


Tengo la sensación permanente de que me he desprendido de algo que me es de gran valor, ahí donde el valor realmente importa.

Ignoro si ha quedado atrás antes incluso de que llegase a este mundo, o si mi reciente pérdida de memoria hace que se haya quedado a la vuelta de la esquina en mi pasado reciente.


El caso es que ese hecho me hace reflexionar acerca de la naturaleza de mi Amor. Así, escrito con mayúscula, pues en la amalgama de identidades que parece conquistar esta libreta ese personaje no puede faltar.

Amor, una bella hermafrodita tatuada de aura tan torturada como soñadora.


Me dice que nunca hay que perder la esperanza.

Que aunque la oscuridad de la noche que representa el sueño en el que quizá vivimos, es el brillo de nuestros deseos más nobles lo que da mayor sentido al curso de la historia universal.


¿Dónde estás?


Me pregunto una y otra vez.

Lo hago desde que he perdido la memoria, dejando este texto escrito con el corazón en un puño a modo de brújula en lo que sea que el extraño futuro me reserve.

Lo hice, de hecho, nada más llegar al mundo.


Esa energía que ha de encajar en el quebrantado puzle de mi mundo interior, regando con las gráciles aguas del manantial de su existencia el sediento pozo que supone mi ansia por amar plenamente.





Olivia se encontraba inmersa en la lectura de ese primer escrito de la libreta tras la reciente pérdida de memoria.

Joel pensó que mejor que lanzarse a una disertación referente al contenido de lo que venía a ser la forma física de su mundo interior, sería como matar varios pájaros de un tiro el dejarle leer algo que, por qué no, bien podía en una inmensa casualidad ir dirigido a ella.


Trataba de no obsesionarse con ello, pero quizá nervioso como estaba, el contemplar la reflexiva y relajada pose de Olivia, recostada en una de los cómodos asientos de la taberna, derivaba en que cada vez que ésta apartaba en un fino movimiento los cabellos que caían sobre su rostro sintiese un sorpresivo cosquilleo en la boca del estómago.


Estaba concentrada y Joel apenas lograba trascender interpretación alguna de qué le estaba haciendo pensar su texto. Qué le estaba haciendo sentir.

Si es que estaba provocando algún tipo de reacción.


La inseguridad causaba mella en su interior, arrojando una condición temerosa a la posibilidad de ser rechazado por esa chica que, paulatinamente, más y más guapa le parecía.

Por fuera y por dentro.


Mientras la mirada de Olivia se deslizaba por las palabras de la libreta de Joel, quizá por momentos asociándose a un ir y venir de fruncimiento y relajación del ceño, éste, sin saber por qué, de modo espontáneo, fue estirando su mano hasta acariciar el dorso de la que Olivia tenía libre apoyada sobre la mesa.










Me puse cómoda para leer aquel extracto de su libreta. Consiguió hacer que me relajara al saber que él atravesaba por una situación remotamente parecida a la mía, pero también que mi cuerpo se tensara al recordar por lo que casi acababa de pasar.

No era moco de pavo, la verdad.


De vez en cuando mis ojos iban del papel a sus ojos, que me miraban tan intensamente que algo en mi interior se removió. No sabía si por los recuerdos o porque me transmitía algo extraño. Leer algo tan personal de alguien a quien tenía delante no era algo que solía hacer a menudo.


—Es precioso... Ojalá a mí, en algún momento, me hubieran escrito algo así —comenté cuando terminé de leerlo.

Porque aunque aquellas cartas eran preciosas, no expresaban lo que yo sabía que Víctor sentía por mí...

¡Y vuelta la burra al trigo!


Cerré la libreta con una mano y la posé sobre la mesa, acercándola después a Joel.

—Me siento muy halagada por haber tenido la oportunidad de leerlo, de verdad.

Entonces reparé en su mano sobre la mía y en aquella mirada que parecía atravesarme, pero en el buen sentido. ¿Debía sentirme bien? ¿Mal? ¿Avergonzada? No lo sabía y tampoco aparté mi mano para averiguar qué se movía dentro de mí. Quizá eran los recuerdos, que querían jugarme una mala pasada, y como estaba en aquel lugar mi mente pensaba que no sucedería nada porque me dejara llevar. ¡Seguro que se trataba de eso!


Finalmente retiré la mano despacio para que no pensara que me incomodaba aquel contacto. Todo lo contrario. Pero para mí era como tocar el fuego, sabía que podía quemarme si dejaba que mis emociones y mi razón se pusieran de acuerdo.


Entonces vi cómo la decepción asomaba a sus ojos.

—Lo siento, Joel... No estoy preparada aún para este tipo de cosas.

Aunque realmente no estaba segura de que eso fuera cierto. ¿Y si solo intentaba convencerme de ello? Podía ser una opción bastante válida. Sobre todo teniendo en cuenta que lo de Víctor estaba muy reciente.

—Supongo que la culpa es mía... —dijo él.

Su voz sonaba apagada en mis oídos. ¿Ya la había cagado? ¿Como siempre hacía? Fruncí el ceño, no por él, sino por lo que pasaba por mi cabeza.

—No te preocupes, de verdad. —Extendí mi mano para tomar su mano y acariciar su dorso—. Es solo que no paso por un buen momento, tú no tienes la culpa de nada.

Sonreí sincera. El error había sido solo mío.


Me levanté de la silla y la arrastré para situarme al lado de Joel. De esa forma esperaba que se relajara un poco y dejara de pensar en lo que fuera que su mente le mostraba. La peor arma contra nosotros mismos que podíamos tener.

Ya me había acomodado cuando algo nos sorprendió. La taberna quedó en silencio y completamente a oscuras.

Y a pesar de eso, nuestras miradas seguían puestas el uno sobre el otro.

















Si la iluminación que puede llegar a irradiar un corazón sumido en un sentimiento intenso tuviese forma física, el súbito e inesperado apagón de la luz en la taberna no solo no hubiese tenido consecuencia alguna, sino que algo cercano a un sol cegaría a los presentes esa noche.


Las miradas de Olivia y Joel parecían estar fijadas la una en la otra con algún tipo de magnetismo que no cesaba en su empeño de alcanzar nuevas cotas a cada tímido intento por pronunciar algo por parte de ambos.

Lo que fuese con tal de evadir la sensación de riesgo y vértigo que se había instaurado.


Joel, sin embargo, barajaba en una pugna interior la posibilidad de mantener ese pulso con un tiempo que parecía haberse detenido.

Lo que hiciese falta con tal de sentir que se hallaba conduciendo a toda velocidad hacia el mismísimo paraíso.

Los latidos de su corazón así lo atestiguaban.

Fuertes y decididos. Acelerados y ansiosos.


De pronto a Joel le relampagueó algo en la mente, proveniente de una memoria tan neblinosa como la noche en la que se encontraban. No pudo reconocer la imagen, que esquiva, surcó de forma vertiginosa su visión sin dejar más rastro que algo semejante a un rostro muy familiar.


Olivia pareció darse cuenta de ello, dando con las palabras que se le habían estado resistiendo.

– ¿Ocurre algo? – La dulzura con la que lo dijo hizo que Joel formase una mueca de media sonrisa en la comisura de sus labios, entrecerrando unos ojos que desplazaron su mirada a las manos unidas de ambos, cuyos pulgares jugueteaban persiguiéndose y encontrándose.

Joel recuperó la compostura.

– Eso deberíamos preguntarle al camarero, ¿No crees? – En ese mismo instante el sonido de cristal rechinando provocó que tanto la pareja como el resto de clientes se girasen hacia la barra, donde el camarero, luciendo la mejor de sus sonrisas, sostenía en una mano y en alto una copa, que golpeaba con una cuchara a intervalos regulares.

– Es para mí un placer anunciaros que la fiesta de Halloween… – Una pausa premeditada dio paso a algo que iluminó de nuevo la taberna. Provenía de unas calabazas cuya mirada y sonrisa macabra emanaban una anaranjada y viva luz, rojiza por momentos, que habían sido repartidas por el local sin que nadie hubiese reparado en ello. El camarero entonces puso fin a su pausa. – … ¡Va a comenzar! Un griterío se apoderó del ambiente, mientras la mayoría de los presentes se abalanzó a la barra para pedir otra ronda de bebida.


– Joel… Te noto algo afligido. – Olivia parecía haberse alejado de esas dudas tormentosas que supuestamente la perseguían desde que Joel la vio entrar por la puerta. Se había inclinado sobre sí misma para buscar su mirada con una sonrisa bondadosa, quizá incluso pícara, tatuada en su rostro. Mientras pronunciaba esas palabras mecía como invitando a reaccionar las manos de su acompañante.

– Ahora me tomaría una cerveza. – Joel hizo una mueca como lamentándose, aunque resultó también cierto que Olivia había logrado animarle, venciendo el pequeño bache que había atravesado cuando el camarero anunció el comienzo de la celebración. Fue su turno para devolver cargar de picardía tanto su mirada como su voz: – O tres, o diez… – Si hombre, y cuarenta. – Olivia bufó y mientras Joel soltaba una carcajada ésta liberó sus manos para empujarle cariñosamente a modo de regañina.


Transcurrió el tiempo y todo el mundo lo estaba pasando en grande con las actividades y juegos que el camarero había planificado para la ocasión.

Olivia y Joel, sin embargo, parecían estar en su propia taberna dentro de la taberna.

Saltaba a la vista, de modo que aunque en un principio el resto de presentes hablaron con ellos y les invitaron a participar en sus actividades, poco a poco, fueron dándose cuenta de como algo que parecía puramente mágico se estaba gestando con férrea delicadeza esa noche. Algo que había que respetar.

De pronto la luz de las calabazas se tornó tenue.

– A ver qué pasa ahora. – Comentó Joel divertido. Y fue en cuanto se escuchó la primera nota de una canción que inundó de música la taberna que Olivia dejó escapar un grito de emoción, llevándose una mano a la boca y, dando unos brincos, sacudiendo un brazo de Joel con la otra.

Al parecer era una de sus baladas favoritas.


Joel no se lo pensó dos veces.

– ¿Bailamos? – Lo preguntó ya con sus manos apoyadas en la cintura de Olivia, que parecía estar tan contenta como animada.

Cuando ella se abrazó a él, Joel pudo respirar el aroma que desprendía su sedoso cabello. Dejó que sus labios se deslizasen, en una especie de beso de largo recorrido, por un lateral de esa cabeza que contenía una mente que se le antojaba maravillosa.


Cuando sonaba el estribillo de la balada, Olivia intensificaba su agarre, hasta que de pronto separaron a cierta distancia sus cabezas, fijando como tiempo antes sus miradas el uno en el otro.


Solo que ahora no había nada de vertiginoso en ello. Era el corazón de Joel el que, sin embargo, parecía querer salirse de su interior de lo fuerte que palpitaba. Su mirada, rebelde a sus esfuerzos, descendía cada vez que se descuidaba a unos labios carnosos que Olivia humedecía con su lengua.










El camarero nos sorprendió con una fiesta que en absoluto esperaba y acabé aceptando la propuesta de Joel para bailar. Mi cuerpo estaba un poco tenso quizá por el recuerdo del último baile que realicé.


Pero en ese momento me encontraba ante otra persona completamente diferente y en un contexto extraño. Sus ojos me hipnotizaban hasta el punto de no poder retirar mi mirada de la suya. Estar con él me hacía sentir muy cómoda y, a pesar de mis recuerdos, provocaba en mí sensaciones que se contradecían unas con otras. Me ponía nerviosa, pero no hacía nada por calmarlo. Me gustaba sentirme así, era como recordar sensaciones anteriores que en realidad deseaba olvidar.


No supe en qué momento exacto empecé a pensar en una posibilidad que consideraba remota en un principio. Sin embargo, aunque el clavo que saca a otro bien enroscado estaba bien, no me gustaba la idea de aplicarlo a lo que estaba viviendo en ese instante.

Lo que tuviera que pasar, que surgiera sin más.


Suspiré y apoyé mi cabeza en el hombro de Joel, abrazándole con más intensidad. Su aroma embriagó mis sentidos sustituyendo, por un momento, aquel que tenía guardado en algún rincón de mi mente. Me separé un poco para poder mirarle de nuevo con una sonrisa tímida que duró poco tiempo.

— ¿Hay algo que desees hacer en este momento? —dije en voz baja para otorgarle más intimidad, si cabía, a lo que estábamos viviendo.

Aunque quien parecía desear algo era yo.

Deseaba sentir de nuevo algo diferente al dolor que había estado experimentando, pero no sabía si era la forma adecuada de propiciarlo.

Mis dudas siempre acechándome a cada paso que daba.


Humedecí mis labios, tras haberlo hecho ya algunas veces, y acerqué mi rostro al de Joel con lentitud. Quería sentir el palpitar de mi corazón acelerado y verme en el precipicio antes de saltar. Ansiaba sentir el vértigo y ese cosquilleo producido por la caída libre experimentada.

Me detuve a escasos centímetros de sus labios para observar sus ojos desde la corta distancia que nos separaba.

—A mí me gustaría hacer algo, pero... —No pude evitar volver a pasar mi lengua por los labios. Sentía que se me secaba la boca y apenas había hablado—. ¿Crees que vale la pena?

Oí cómo tragaba saliva ante lo dicho.


Hacía tiempo que nos habíamos detenido y permanecíamos el uno frente al otro, aún con mis brazos rodeando su cuello y con sus manos sobre mi cintura. Me atrajo con un leve empujón hacia él, provocando que mi corazón reaccionara aumentando las pulsaciones de cada zona de mi cuerpo. Su aliento cálido chocaba con el mío en el reducido espacio que nos separaba y que él mismo salvó tomándome por la nuca y acercando sus labios a los míos. Cerré los ojos y me dejé llevar enredando mis dedos en algunos mechones de su pelo.

Llevaba tiempo necesitando algo así de intenso.

Suspiré en sus labios dejando escapar un jadeo involuntario que me impulsó a darle más intensidad al beso. Pegué mi cuerpo más al suyo, buscando que cada parte de mi cuerpo estuviera en contacto con el de Joel. Sus manos seguían manteniendo su agarre firme sobre mi cintura y mi nuca, incluso cuando nos separamos con la respiración entrecortada.


Algo había cambiado en la expresión de Joel. Su sonrisa alcanzaba a sus ojos, ya no parecía tan afligido como antes.

—Ha sido increíble. —Fue lo único que pude decir.















El camino.

Con claridad, profundidad y consistencia, con todos sus tramos pasados y esquivos.


Justo cuando se encontraba más protegido por el beso que Olivia le estaba regalando, un monumental cúmulo de información golpeó su mente atiborrando el almacenaje de recuerdos.


Mientras su lengua acariciaba el contorno de los dientes de Olivia, mordisqueando unos labios con dulzura pero también con deseo, Joel optó por saborear hasta sus últimos instantes la maravillosa experiencia que aquella noche de Halloween había tenido a bien entregarle.


Lentamente, el recorrido de sus labios fue picoteando la comisura de los labios de su encantadora compañera, mientras ecos de lo acontecido le hacían regresar a esa boca en la que tan a gusto parecía encontrarse.



Sin embargo, su corazón había recuperado, felizmente, el dueño que tanto ansiaba.


¿Dónde debería estar Stela?

¿Qué habría estado haciendo desde que aconteció la pérdida de memoria?

Las preguntas comenzaban a amontonarse en la entrada de la conciencia de Joel, que haciendo caso omiso, solo por unos valiosos segundos más, dejaba que llamasen fuertemente a las puertas de su psique mientras él ya se despedía de Olivia.


Al poco, sus labios se separaron, invitando a sus cabezas a alejarse unos escasos centímetros, suficientes para que ella atinase a distinguir el reflejo de lo que estaba ocurriendo en su mirada.


– Ha sido increíble. – Dijo Olivia, un poco boquiabierta y con una sonrisa incrédula despertando en su rostro. – Pero… – Dejo que esa palabra quedase pendiendo del hilo de lo pausado.

Joel le puso punto y final.

– … Pero algo maravilloso ha ocurrido. – Sentía su mirada brillar con una intensidad que por algún motivo había quedado olvidada. Recuperó la compostura, soltando la cintura de Olivia para agarrar su mano diestra con ambas manos. – ¡He recuperado la memoria!


Olivia dejó escapar una exclamación algo contenida, mientras dejaba que su sonrisa se soltase del todo al tiempo que apartaba su cabello a ambos lados de su cabeza, en un intento por recuperar también su propia compostura.


Fueron juntos a la barra, alejándose del centro de un salón donde la fiesta parecía ya menguar de su punto álgido, retornando algo de la calma y paz que caracterizaban a la taberna.


Olivia, mientras hablaba animadamente con Joel, que la ponía al día de cuanto consideraba representativo en su vida, parecía inquieta ante el hecho de que unas misteriosas ojeras habían aparecido al mismo tiempo que el intenso brillo en la mirada de su acompañante.


En algún punto de la mente de éste, un cementerio asaltado por una niebla que ya se elevaba hasta un metro por encima del suelo, veía como su fosa común había sido excavada.

Desde dentro.



– Has vuelto, maldito seas. – Resolución miraba, desde la altura del promontorio en el que se encontraba el cementerio, el poblado donde se perfilaba la luz de la taberna en la que Tylerskar estaba pasando la noche de Halloween.

Su interlocutor no hablaba, tan solo sonreía, mostrando sus fauces.

– ¿Qué es lo que piensas hacer? – Resolución ponía todo su asco en su tono y su expresión.

– Lo sabrás en Navidad. – Dijo el ser resucitado. La entidad más temida por Tylerskar. La más controvertida para Joel. El Monstruo.









Joel había recuperado su memoria y yo todo lo que había querido olvidar en unos míseros instantes que, tal vez, recordaría a lo largo del tiempo que mi sufrimiento durara fuera de allí.

—Me alegro mucho por ti —dije mientras frotaba con suavidad mis manos y ambos nos acercábamos a la barra.


Durante unos minutos me estuvo poniendo al tanto de lo que, para él, era lo más importante de su vida. Me limité a escuchar y a sonreír de vez en cuando, no quería tener que tomar el relevo y contar mis penurias. No cuando al menos él tenía un motivo para estar contento.

Por suerte, se me pasaría en un par de meses... O más.

—No olvidaré nunca este encuentro. —Aproveché una de las pausas de Joel para soltar aquello. No había tenido que pensarlo mucho para expresarlo en voz alta—. Estaré encantada de volver a verte... Pronto. —Sonreí.

—Seguro que nos veremos muy pronto.


Acerqué mi cuerpo al suyo y coloqué mi mano en su hombro antes de darle un beso en sus mejillas.

—No esperaba encontrarte aquí esta noche, pero ha sido un placer conocerte. —Y aunque sonaba a despedida, porque realmente quería que así fuera, no parecía tener ganas de irme. Pero tenía cosas que hacer—. Cuídate y mantente lejos del alcohol como hasta ahora, es mucho más sano y te hará más feliz.

Como si yo en algún momento hubiera pasado por su situación y supiera de lo que hablaba... Pero quizá por conocer las situaciones de otras personas sabía lo que decía.


Retiré la mano de su hombro y con una última sonrisa me despedí finalmente de él para luego dirigirme hasta la puerta. La noche había sido curiosa y, al menos, en parte había olvidado lo que me afligía. Aunque ahora lo tuviera igual de presente que cuando llegué. Al salir de la taberna, me adentré en la niebla y, aunque lo lógico era pensar que estaba amaneciendo, llegó un momento en el que la oscuridad se hizo presente ante mí.



Me encontré con mi habitación al abrir los ojos. La meditación había sido exquisita, sublime y, en parte, me había ayudado a despejarme. En parte, porque hasta en mi lugar de confort Víctor hizo acto de presencia en alguna ocasión. Aunque fuera solo en pensamiento. Entonces una pregunta acudió a mi mente. «¿Existirá Joel o ha sido producto de mi necesidad del momento?». De existir, hubiera preferido mil veces cruzarme con él antes que con Víctor.


Aunque los errores nos servían para aprender y no volver a cometerlos en un futuro.

Sonreí y me levanté de la cama. Estaba un poco más contenta que cuando inicié aquel viaje a través de mi mente. Busqué el móvil por toda la habitación y cuando lo encontré sobre la mesa que estudiaba, justo encima del cajón donde estaban todas las cartas que le había escrito a Víctor en su momento, me di cuenta de que había estado mucho más tiempo fuera del que pensaba. Ya no era Halloween.


A partir de ese día estaba segura de que afrontaría todo lo que llegara con una sonrisa. Ya era hora de comenzar a olvidar, poco a poco, todo lo que me había causado dolor.

Podéis leer este relato también en el hogar de R. Crespo: Ficción Romántica

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