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"Un nuevo poder resurge, su victoria está cerca, esta noche la tierra será mancillada con la sangre de Rohan. Marchad al abismo de Helm, no dejéis rastro de vida.

¡¡¡GUERRA!!!, no habrá amanecer para los hombres."

 

Tal y como hizo el pueblo de Rohan, un bipolar, ante un ligero cambio en la marea maníaco depresiva, tiende a recluirse en un lugar seguro. La cuestión radica en si resulta demasiado acertado quedarse a solas con un mismo cuando se recomienda enardecidamente no hacerse demasiado caso en dichas fases. 

Se tratan en mi caso de tiempos de espera. Un augurio se dibuja siempre en el horizonte, y es malo, pese a que a menudo se antoje en forma de presente cual caballo de Troya. El encierro en uno mismo suele acontecer ante la perspectiva de una época de desencanto, de una desesperanza profunda que pese a que no puede ser medida, sí puede, y de qué manera, sentirse. Ante tal panorama puede parecer que un viraje a los picos altos de la enfermedad puede ser una buena solución al problema… Pero nada más lejos de la realidad.

Es la primera vez que uso el símil Orco – Hipomanía. 

Como una estructura piramidal, que nos llevaría de pelearnos contra las hordas de orcos de la hipomanía, pasaríamos indefectiblemente a batallar contra poderosos Uruk Hai ya en los fuegos de la imparable manía, para finalmente sentir al Gran Ojo en el mismo momento que, ya cerca de la cima de la pirámide, la psicosis detonase nuestro juicio.

Eso es precisamente lo que llevo haciendo todo este año 2017, desde su mismo inicio hasta seguramente su final.

 

 

 

 

"¿Qué ha sido del jinete y su caballo? ¿Qué del cuerno y su reclamo? Han pasado como lluvia en las montañas, como viento en la pradera. Los días se apagan en el oeste, tras las colinas, sumidos en la sombra. ¿Cómo hemos llegado a esto?"

 

Como cuando Theoden reflexiona acerca de la extinción de tiempos más gloriosos, es lógico extender una previsible reacción en todo ser humano de verse en esa tesitura. Un bipolar, por supuesto, se encuentra en ese grupo, aunque con la particularidad de que su reacción a exageradas cargas de nostalgia y melancolía será, normalmente, exponencialmente exagerada.

Así pues, cuanto más dolor y frustración se acumulen por un tiempo prolongado, encerrados en una suerte de Absimo de Helm doméstico, más poblado acontecerá el ejército que Saruman nos enviará para arremeter con todo contra nuestra mente debilitada.

Esto me hace reflexionar acerca de las palabras de una buena amiga acerca de la culpa. Liberarse de la culpabilidad padeciendo una enfermedad mental se me antoja una tarea imposible, por la continuidad y la naturaleza periódica de los episodios. Minimizarla todo lo posible ya es algo más factible, aunque requiera un trabajo y persistencia diarios. Resulta difícil, triste, admitirlo, pero el “chubasquero” que el núcleo de un enfermo mental debe saber ponerse para que en las peores fases los ataques hirientes no causen mella es absolutamente necesario. Es algo que parece enfriar las relaciones y aflojar los lazos, pero basta con echar la vista a los devastadores tiempos en los que uno sí hería, para darse cuenta de que todo es mejor así.

Quizá en tiempos mejores, tiempos de estabilidad, una hoguera que languidece despierte, y los lazos vuelvan a lucir fuertes.

Espera mi llegada con la primera luz del quinto día, al alba, mira al este.

 

 

Es frustrante que cada vez que parece que estás en una buena racha, todo acabe en un psiquiátrico donde resetear tu vida. En la década que ha transcurrido desde mi diagnóstico, la tendencia no ha sido otra.

Bien es cierto que me ha acompañado cierta buena fortuna en cuanto al núcleo de personas que acaban, si no por dar sentido, sí por aligerar enormemente la carga de dificultades, o si preferís, el número de hordas, a las que me enfrento.

No me han abandonado en el campo de batalla.

Tengo la sensación de que si persisto, a no mucho tardar la estabilidad al fin se instaurará en mi cabeza. Algo así como escuchar el sonido del cuerno de Helm, “resonando en el abismo, una vez más”. Porque todo suele comenzar así, con una especie de alarma interior que te lanza a la inevitable batalla contra ti mismo. Como si de un engaño del enemigo se tratase, el gozar del sabor de la pelea te conduce inevitablemente a las fases altas del trastorno. Tienes que pelear sabiéndote gravemente herido, en muchos casos con medicaciones exageradas que nublan lo que resulta un valioso tesoro: Tu creatividad y tu imaginación. También adquiriendo el rol de prohibido se encuentran los tóxicos, que en el ámbito de las patologías mentales severas pueden actuar perfectamente como bastón de longevo uso.

¿Qué nos queda, pues, a parte de pelear sintiéndose de mal en peor? ¿Nos queda el alba del quinto día? ¿Quién es Gandalf?

En pasadas fases de locura, esta era una pregunta recurrente que hacía y me hacía. En este pequeño post que nos ocupa, debo reconocer que el mago blanco no es más que otro engaño de nuestra mente, cuya batalla trasciende la del Abismo de Helm tal y como es conocida.

No existe una salvación milagrosa. No podemos vivir pensando que el quinto, el doceavo o el quincuagésimo día, mes o año aparecerá una curación para el trastorno bipolar. Porque nos estaríamos perdiendo lo más bonito que contiene la misma vida.

En ocasiones, sin entrar en términos de justo o injusto, a algunos les toca cargar con pesos mayores, luchar en batallas que de tanto repetirse se convierten en guerras eternas. Pero para eso tenemos nuestra armadura, nuestro escudo y nuestra espada. Para eso tenemos nuestra gente, nuestro juicio y nuestro corazón.

Todas las imágenes están sacadas de Google

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