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Cuando hablamos de caer en la espesura, ni mucho menos se debe padecer una patología mental para comprender los entresijos de tan lamentable estado.

Lentitud de pensamiento, agotamiento físico, exceso de horas de sueño… Bien podría corresponderse a un cuadro depresivo de cualquier intensidad. Lo cierto es que, a la hora de tomar medidas, importa bien poco la gravedad del episodio, recalando en nuestra actitud lo verdaderamente relevante del asunto.

 

Porque se trata de eso, de una actitud ante una o varias rutinas. Si éstas resultan sanas, nunca va a estar de más llevarlas a cabo, una y otra vez.

Este texto lleva por título una mención a uno de los espacios mas mágicos con lo que jamás me he topado: Els jardins de la Maternitat de Barcelona.

Se trata de un lugar al que rara vez voy solo, puesto que mi gatita ha desarrollado desde buen comienzo una fijación por vivir sus particulares aventuras en ese espacio.

 

¿Qué mejor manera de conocerlo que dando un paseo?

Apurando el último cigarrillo que vas a fumar en un buen rato, te detienes ante altos edificios que presiden un arco que separa la urbe del gran espacio verde. Cruzas, en dirección a él, la entrada vallada. Ya desde buen principio, a lo lejos, respiras la tranquilidad que, en pocos pasos, va a detener todos los relojes de los allí presentes.

Las primeras esculturas custodian la entrada sur del parque, por la que asciendes dando lentos y resueltos pasos hacia una bifurcación ante la que debes tomar una de las primeras elecciones del paseo.

Chihiro se muestra alerta pero relajada, curioseando la fauna del lugar, cuyos sonidos impregnan tus sentidos mientras sientes cómo la brisa te acaricia el rostro disipando una primera capa de negatividad. La gata va dentro de su cápsula espacial, una mochila muy práctica.

Al alcanzar la bifurcación, te decides por el tranquilo camino izquierdo, donde, a la sombra de los primeros árboles frondosos, peinas la senda que rodea un pequeño parque infantil.

Chi comienza a situarse y a exigir algo de libertad.

De modo que rebasas ese primer núcleo para acceder al segundo.

Un inmenso páramo de verde césped se extiende de pronto ante ti, con algunos árboles de largos años en sus raíces dispersados aquí y allá.

Es el momento.

Posas la mochila en suelo, haciendo aterrizar la cápsula espacial.

Podría ser una metáfora de lo que estás experimentando. En tu casa, dentro del planeta de tu mente, el tramposo hervidero de pensamientos pesados lleva demasiado tiempo efectuando su labor erosiva. Pero tras el viaje que acabas de efectuar, el escenario ha cambiado. Es imposible resistirse a admitir que el tiempo primaveral, aliado con el escenario pertinente, despeja y sana.

Sumido en esos pensamientos despliegas la tienda de campaña de la mochila.

Chi te mira, sorprendida, e inicia su investigación particular de cuanto la rodea y cuanto percibe.

 

 

Establecer como habitual este sencillo paseo ha logrado que, ante el acorralamiento contra la esquina del ring que he experimentado combatiendo últimamente contra la vida, mi mente haya dado con un espacio de descanso.

Con un pequeño oasis en el desierto de la inspiración.

De modo que, sin dudarlo, señalo esta práctica como primer gran baluarte en la siempre difícil tarea de mantenernos creativos.

Aunque el martillo de una patología o simplemente un mal día nos castigue repetidamente.

Aunque el magnetismo de la negatividad quiera darle permanentemente la vuelta a la tortilla.

 

En ocasiones, una simple puesta de sol puede resultar una completa odisea de emociones para nuestra percepción.

Y no hace falta ir muy lejos para encontrarla, vivirla y tratar de exprimir de ella lo que sea que necesitemos para así canalizar nuestras emociones.

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